Antonio Longás, joven taciturno, bajito, de melena revoltosa y cuerpo frágil. Te formaste como futbolista en la cantera maña. Llamaste con insistencia a las puertas del primer equipo hace dos temporadas, pero entonces no te abrieron. Te contaron que un tal Movilla ocuparía tu puesto por no sé cuántos millones de euros. Tú, impertérrito, seguías trabajando al tiempo que veías cómo otro cachorro de león blanquillo, de nombre Alberto y apellido Zapater, devoraba minutos en el mediocentro.
La temporada siguiente seguiste creciendo. Ya entrenabas con los grandes, pero al tal Movilla se le había unido un chico desgarbado, ya entrado en años, que respondía al nombre de Albert Celades y que impartió alguna clase de fútbol magistral. Tú agachaste la cabeza y acumulaste fútbol en las piernas mientras el Real Zaragoza B se marchaba camino del desastre.
Esta temporada, con nuevo capitán al frente del navío, te reclutaron para la primera tripulación. Comenzaste, cómo no, calentando banquillo, haciéndole el rancho a los Aimar, Zapater, D’Alessandro, Celades, Movilla y compañía. Pero éte acá que el capitán del barco, Víctor Fernández, vio en tí un nuevo grumete. Comenzó a darte bola. Primero fue la marcha de Ponzio lo que te abrió la puerta continuada de las convocatorias. Luego, la falta de brillo de Movilla, empeñado en vivir de rentas demasiado pasadas que pretendía cobrar excesivamente caras. Posteriormente las lesiones de Celades. Contra las dificultades, con las trabas de dobles pivotes defensivos, te fuiste abriendo paso y comenzaste a arañar minutos.
Para mí, ayer, ascendiste si no a Mariscal, cuanto menos sí a Coronel. Espero que, de aquí en adelante, el capitán del navío dé un paso al frente y, tanto él como la tripulación, te den galones de mando.
Por Punkarra.
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